Hace algunos días, una amiga me preguntaba si no recordaba una escena de una
película, "es de una de Fellini" decía mientras describía el
escenario donde supuestamente se desenvolvía la protagonista -¿o era el protagonista?. La conversación quedó al olvido como muchas, pero a la hora de
dormirme seguí pensando en el Sr. Fellini -de quién no tengo idea de dónde
vivió, cómo fue, qué hacía en sus ratos libres y si le gustaba manejar la bicicleta
o pasear al perro. Llegué a la conclusión de que no sé un ápice de cine; me he perdido muchas
películas, y las que alcancé a ver, no siempre fueron las mejores o me dormí
cuando iban a la mitad. Un largo y confortable sueño mientras oía de fondo
voces, violines y trompetas armoniosamente conjugados que me daban la
posibilidad de olvidarme de todo. Ah ¡si las películas se hicieron para dormir!
Es cierto que alguna vez he quedado enganchado con alguna demasiado buena,
incluso puedo verla unas 15 veces y seguir sintiendo la incógnita de lo que
vendrá al final; pero esto sucede con muy pocas: Lost in Translation,
Casi Famosos, Abre los ojos -o su versión americana Vanilla Sky- y pare de
contar.
Hubo una vez en que me preocupé por mi poco conocimiento cinematográfico, fui a la
casa de mi primo -que en ese entonces tenía muchas películas consagradas y
tenía el sueño de ser director- para pedirle que me prestara algunas,
lo suficientemente interesantes como para no dormirme y lo suficientemente
"de culto" para ampliar mi bagaje fílmico. Me acuerdo que me prestó
No Amaras de Kieslowski, dijo que era una película ideal para
principiantes como yo.
Llevé a mi casa el Dvd, me acomodé bien en mi cama -con vasito de Coca Cola de por medio- y me dispuse a ver la película, feliz conmigo mismo por esta nueva aventura. La historia se fue desarrollando -es un decir porque parecía que no avanzaba nunca- trataba de un tipo que espiaba a una mujer del edificio del frente; pero los planos generales eran interminables, la película se hacía cada vez más densa, los protagonistas casi no hablaban, y de música ni hablar, todo era silencio y oscuridad. Aguanté estoicamente 45 minutos del film y me dormí, no tan plácidamente como habría querido ya que no había música ni diálogos para acompañarme, pero lo hice. Ese fue el inicio con estrepitoso final de mis incursiones en el cine. Nunca más volví a pedirle prestada alguna película ni tampoco siento afición por comprarlas.
Desde esa ocasión acepto este defecto, como se acepta un lunar o una peca. Tres cruces al cine, prefiero ver Seinfeld o South Park o mejor aún, apagar la tele y encender la radio que de algún modo salvará al mundo, entre ellos a Kieslowski, Fellini -lo que queda de sus cenizas- y a mí.
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