viernes, junio 6

Rehab

Ayer mientras tomaba un examen de mesa pensaba que debería  entrar a rehabilitación. Aunque sea por los motivos erróneos. Primero porque no soy adicto -o estoy lejos de serlo- y segundo porque  no haría absolutamente nada más que hablar con los internos, hacerme amigo de algunos -muy pocos- y de tener a alguien que obligatoriamente tenga que oír mis problemas, que si bien no son muchos pueden llevar un par de horas, a saber: la indiferencia de mi gato, mi inhabilidad para el baile o aquella ocasión que en el kínder le puse tranca a una niña mientras jugábamos al gato y al ratón.


En las mañanas me sacarían en silla de ruedas a tomar sol en el patio, peinarían mis cabellos mientras intento balbucear alguna palabra. "La coca lo ha hecho pedazos" susurrarían las enfermeras. En las noches algo de pipocas y televisión en el comedor central mientras mi amigo del 2B proferiría alaridos de dolor por el síndrome de abstinencia. La abstinencia me es indiferente, mientras no me quiten el café y los cigarrillos. No faltarían las risas y los chistes pesados mientras el del 3A empiece a  sudar y temblar por tercera ocasión. Tal vez él me tomaría del brazo y me lo oprimiría fuertemente. Ahí se cortaría la risa en seco. Un rayo en el cielo nuboso. El horror me mirará a los ojos y mis ojos mirarán un túnel oscuro y profundo. 


Los domingos esperaría en vano a que la familia venga a visitarme, me resignaría a mirar por la ventana a los trenes huyendo a toda velocidad sin que existiera nada para detenerlos, una marcha constante partiendo en pedazos a cualquiera que atraviese su camino. La locomotora ruge por llegar al final. Como una adicción. Tengo el futuro resuelto.

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