Después de varias noches de dormir
absolutamente rendido, finalmente pude soñar —disculpas por lo hippie que puede sonar esa
palabra. Soñé que manejaba un carrito de golf y no
lo hacía nada mal, es más, me sorprendía a mí mismo por la destreza adquirida;
el único inconveniente era el de no poder acelerar a una mayor velocidad —quien
haya manejado uno en la vida real podrá estar de acuerdo conmigo con la frustración
que produce este hecho. Pese a ello recorría los campos de golf distraídamente, cuando vi un bulto acostado en la ruta: ajustándome los lentes me di cuenta de que se trataba de un bebé.
Todo fue rápido, nunca pude frenar —después
de todo, era mi primera vez en el volante— atropellé a un niño a tan solo diez kilómetros por
hora. Pude sentir como el carrito se elevaba como los autos cuando pasan por
un rompe-muelles. Elevarse y volver al nivel inicial. Algunas señoras
gritaron —obvio, no tienen nada más que hacer salvo jugar rumy canasta y observar carritos de golf— aunque no generaron un
escándalo de grandes proporciones para mi tranquilidad, lo cierto es que yo
tampoco estaba preocupado. Un bebé, vamos, no significa nada, además ¿quién
puede morir atropellado por un carrito de golf? Ni siquiera un pequeño de 6
meses. Ni siquiera.
Te contaba este sueño mientras caminábamos
a paso lento por la Av. San Martín.
-¿Qué crees que signifique?
-Ni idea viejo, hay sueños que ocurren así
nomás.
Tardamos mucho en llegar a la esquina
siguiente, habíamos recorrido todo ese trecho sin hablar y cada vez te veía
hacer un mayor esfuerzo. "¿Estás bien?" pregunté con falsa cortesía,
era más como un reflejo semi-automático.
Me contaste que el día anterior habías
sufrido un accidente al manejar bicicleta, un taxi había logrado rozar tu
llanta trasera haciéndote perder el control. Gritos, sangre y un cuerpo casi
inerte en medio de la gran avenida como un feto dentro del útero materno.
Te bajaste el cuello de la blusa a la
altura de los hombros para mostrar tu cicatriz, la vi emerger, era un redondo
casi perfecto como la pupila de un dios enojado y sangrante. "Es linda" pensé, mientras explicabas el suceso con más detalles que no valen
la pena relatar, excepto que también tenías una herida en la rodilla y ese era el
motivo de tu caminar lento.
Debo confesar que las desgracias ajenas me
hacen sentir bien, comencé a sonreír mientras empezaba a acelerar el paso, a la
distancia parecía como si te hubieras detenido y agitabas los brazos,
esperando que me detuviera. Nunca más nos volvimos a ver.
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