Hambre (Ed. Vísceras, 2021) ópera prima de Nicolás Arce podría entrar en la categoría de poemario terapia o cuaderno de odios y deseos —al fin y al cabo, estos vienen a ser lo mismo— que sirven al hablante lírico para superar problemas de la infancia, conectando con cuestionamientos hacia la madre y un apego al padre perdido. También están las búsquedas de identidad sexual, envueltas en un fino velo de lamento, en el cual se pone en evidencia el erotismo y la violencia, atravesados por lo soez.
El resultado, cinco capítulos donde
se escribe desde el cuerpo. Cada verso arrastra piel desgarrada. Esto nos lleva
a convertirnos en sujetos presenciales de un espectáculo de autoflagelación constante.
“No es que intente callarme, pero este vestido se alimenta de mi carne”. A lo
largo de sus setenta páginas, el libro funciona en una suerte de confesionario de
todos los pecados, propios y extraños; sin embargo, ese tono único con el que
se escriben los versos, sumado a la ausencia de contrastes o puntos de descanso, pueden
producir agotamiento al lector. En ese sentido, el conjunto de poemas carece de
imágenes potentes, que solo dan lugar a confesiones —desgarradoras, eso sí- que carecen de brillo poético. El ímpetu
puede más. “No soporto que me mires feo cuando yo me miro linda utilizando tu rouge. No soporto que me desplaces y me
digas esa frase tan dura como el cemento: No
eres mujer”.
El tema religioso es otro de los
temas que está muy presente, reflejado aquí cual instrumento de culpa, castigo
y sometimiento para con el hablante. No obstante, lo sexual forma parte de esta
amalgama, logrando hacer visible cierto goce secreto con el sufrimiento recibido.
En ese sentido, los versos de Arce utilizan esta vía para obtener quizás,
alguno de sus mejores momentos “Dime adiós con los brazos abiertos como Cristo”.
Será en el capítulo llamado Vísteme —y
el siguiente— La falta, donde el
libro logra llevar la voluptuosidad y el sufrimiento, a sus instantes más detonantes
“Estoy en celo buscando el origen del puerco, el origen abandonado del que solo
queda rastro llagado”.
Hay en Hambre una apresurada intención por decirlo todo, mostrar todas las cartas antes de la última jugada. “Soy el silencio que lamo. Soy el perra que lame su inexistencia”. La autodestrucción es demasiado explícita y el yo está presente en muchos de los textos; lo cual resta en favor de sumar. Pese a ello, el poemario tendrá que ser analizado como un intento de catarsis, ese sacarse de encima tantos problemas y traumas, que tras ello, puede dar lugar en el futuro a nuevos textos, haciendo énfasis en la forma de encararlos. Ahora que todo ha sido consumido por el fuego no quedará otra que volver a construir desde cero, con nuevos cimientos. La poesía de Arce tiene el reto de poder hacerlo.